Daba
comienzo la duodécima edición de la VX’ con el yugo en ciernes de la próxima
aprobación del temido PRUG. Doce años organizando rutas en nuestra sierra dejan
un amplio bagaje de experiencias vividas, y de todas ellas siempre se saca la
misma conclusión: no dejar que nada estropee un gran día de MTB.
Así las cosas, y a pesar de las
instituciones, nos dispusimos a dar cuenta de senderos, caminos, trochas y
demás (incluso algo de asfalto, debo reconocer…) que nos harían disfrutar de lo
lindo.
Sin embargo, donde realmente empezó a
verse de qué pasta estaba hecho cada uno fue en la subida del Juego de Bolos.
La primera subidita del día iba a llevar al límite las pulsaciones de más de
uno. Y eso que lo mejor estaba aún por llegar…
La pista, compartida a esas horas con
una excursión de caballistas, otorga una tregua que permite a ciertos corazones
desbocados su regreso al redil. La experiencia dicta que todo va bien cuando
los comentarios jocosos vuelven a ser protagonistas en el seno del pelotón,
señal inequívoca de que la recuperación es un hecho. Así, después de ese
momento ‘verano azul’, y de cierto despiste a costa de un gepeése en huelga de
tracks caídos, llega lo más esperado por todos: La subida a la Majada por Prado
largo. Vamos, lo que en el argot viene siendo ‘la subida gorda’… ja,ja.
Fercu y Roberto, quien también parece
llevar motorcillo, toman la delantera. Y poco a poco los demás vamos
encontrando el ritmo. Queda mucho? Naaaá, una curvita más y llegamos… Pasamos
el arroyo de los Quebrados sin dificultad (nada que ver tiempo atrás cuando
pude certificar las bondades del deshielo al cruzar); y aprovechamos el final
del sendero para reagruparnos. Momento dulce donde los haya en toda ruta
ciclomontañista que se precie. La elección del sitio no es en absoluto baladí,
pues ha de ofrecer descanso al guerrero y, sobre todo, una buena perspectiva de
los que faltan subiendo ‘in extremis’ mientras afrontan ese último paso que
marca la diferencia entre convertirse en semidiós o en vulgar nenaza. Ja,ja,ja…
La conexión con la pista del Tío Levita
y un buen número de cámaras de fotos dejaron para la posteridad ora paseos
triunfales sin gota de sudor en la frente; ora muestras de una nueva disciplina
olímpica como es el empujabike; incluso hubo una demostración in situ sobre cómo convertir
la bici en una bola de pinball rebotando con todos y cada uno de los pinos a un lado y otro
del camino. Real como la vida misma…
Menos mal que sólo una curva (titánica
eso sí) nos separaba del avituallamiento en la Cabaña de Majada Hambrienta. Con
la tripa llena todo se ve mejor. Hubo tiempo para recuperar fuerzas, hacer
fotos, soltar risas y encajar mandíbulas absortas con la belleza del paisaje.
Parafraseando a un tal Newton, que de
esto algo debía saber: todo lo que sube tiene que bajar… Llegaba así la parte
más divertida de la ruta. Cuando la gravedad se hace amiga del biker surge un
cúmulo de emociones (algo inexplicable para el resto de mortales) que te empuja
a disfrutar una bajada mientras la bici dibuja perfectamente el terreno y te
sientes dentro de un todo. Una simbiosis perfecta entre hombre, máquina y
entorno que es más que la suma de las partes. He aquí la teoría del Flow. He
dicho!!
El sendero que nos bajaba de la majada
cumplía semejantes premisas a pies juntillas. Tanto fue así, que a más de
uno le supo a poco y se empeñó en repetir experiencia haciendo eso que nunca se
debe: subir una bajada… ja,ja
Dos Cabañas, la Casa del Cebo, el
Rincón del Abuelo, el Esquinazo fueron testigos de nuestras andanzas. Y casi
sin darnos cuenta estábamos cruzando las calles del Real Sitio. Antes un padre
y su hijo (y alguno que otro sin relación familiar) se confabularon para poner
a prueba la dureza del terreno. Ganaron ellos, por supuesto!
Cualquiera diría que tras pasar por La
Granja el trabajo estaba hecho, pero claro, toda buena ruta guarda una sorpresa
al final… La subida desde el puente del Niño, el paso por el Parque de Valsaín,
pero sobre todo, el vado del Eresma (en el que algún graciosete con ínfulas de
castor levantó una mini central eléctrica) iban a poner el broche de oro a una
mañana en la que la bici fue sólo la primera parte de toda la diversión.
Como siempre, los reparadores chorros
del spa Boca del Asno, y una sabrosa paella nos pusieron a tono para repetir
faena. Al menos esa es la intención. Veremos si la sinrazón del político de
turno impide o no que podamos disfrutar de más mañanas como ésta. La suerte, en
forma de decreto, está echada. Cruzaremos los dedos…