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El 3er Pedal, manquelespese...
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Volvían a Ávila, de pelear
como buenos en las Navas de Tolosa, los escuadrones de serranos y habían
entrado ya en la ciudad por la Puerta del Alcázar. Recorrían las calles entre
los vítores de la plebe y los saludos de los nobles, que presenciaban el desfile
desde los ventanales o en las torres de sus palacios. Apuesto y bizarro sobre
un negro corcel, iba el capitán D. Alvar Dávila, señor de Sotalvo, al frente de
sus escuadrones, repartiendo sonrisas y saludos.
Llegaba ya el desfile frente al palacio de D.
Diego de Zuñiga, noble y palaciego abulense, arriba, desde la alta ventana, su
hija Dª Guiomar aplaudía a los guerreros. Era linda y tenía ojos negros la
condesita, era blanca como el lirio de los campos y su mirada angelical se
cruzo con la de Alvar Dávila, que sonreía, sonreía... el valiente capitán de
serranos recorrió ya la ciudad sin corazón, ¡ lo había perdido en una sonrisa
!.
Muchas veces se vieron Alvar Dávila y la
condesita Guiomar, pero siempre a través de aquel alto ventanal de la torre del
palacio de D. Diego de Zuñiga. Guardaba el conde a su hija entre los recios
muros de la casa señorial para ofrecérsela a Dios. Era duro y altivo el conde,
y ante él vino un día el capitán de serranos. Eran breves las treguas de guerra
y le pidió licencia para casarse con la condesita, su hija, antes de una nueva
partida. El conde, la ira en los ojos, ordenó al capitán que abandonase su
palacio, prohibiéndole que en lo sucesivo volver a ver a Dª Guiomar.
El señor de Sotalvo con toda dignidad y gran
Entereza, replico al irascible: - Cuando el amor ha nacido, no se le mata con
vilencias; que el corazón del enamorado es rebelde y terco en la rebeldía. Dª
Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos: ¡ Mal que os pese !.
Guardias rondaban día y noche el palacio, para
prender al capitán si osaba acercarse. Mientras tanto, en el coto señorial de
Sotalvo, sobre las altas rocas, mirando a Ávila, la brisa del corazón de Alvar
Dávila alzaba en pocos días un blanco castillo roquero. Se adivinaban, más que se
veían, los dos enamorados; ella miraba a la sierra; él, en las altas almenas
que descubrían la ciudad.
Hasta que un día, al fin, el alma blanca de Dª
Guiomar se escapó, hecha suspiro, del lirio de su cuerpo. A las torres del
castillo vino aquel día nívea paloma. Suave era el arrullo, y el castellano la
tomo con ternura en sus manos, poniéndola al cuello blanco lazo de raso.
De madrugada partía para la guerra al frente
de sus escuadrones de serranos. Y en la guerra murió peleando como bueno...
No se vaya a equivocar nadie... No, no es que nos hayamos vuelto unos románticos empedernidos (a menos que cuente el amor que le tenemos al buen yantar...). Lo cierto es que la única Guiomar que nos interesaba el pasado día 17 era la 'negra avileña' que nos ofreció sus rotundos chuletones para saciar el apetito abierto tras la conquista del famoso castro. Y a juzgar por cómo quedaron los platos cualquiera diría que el esfuerzo no fue vano...
Más de uno confesó que el despertar del día de autos vino acompañado por un temeroso vistazo al cielo que prometía abrirse, como otrora lo hiciera, sobre nuestros cascos. Ya sabéis, aquello de que "no mandé a mis bikers a luchar contra los elementos...". Sin embargo, la suerte nos acompañó esta vez y disfrutamos de un día perfecto para practicar nuestro deporte favorito.
Aprovechando la visita a tierras abulenses contamos entre nuestras filas con insignes riders de la zona que nos asesoraron hábilmente en los secretos de la ruta. Sobre todo en los puntos calientes de la subida de Cabañas... La clave no fue otra que echar la pata a tiempo antes de besar el suelo.... ja, ja... Hay que reconocer que sólo Manuel (ese milagro de la naturaleza!!) consiguió llegar al pueblo sin sacar las calas de su sitio.
La divertida bajada hacia Riofrío nos iba a deparar una desagradable sorpresa mecánica. Tanto meneo fue demasiado para la maltrecha llanta de Hulk que perdió todo el sentido del ridículo para convertirse en una hipnótica bailarina de danza del vientre.
Por alguna extraña razón que aún escapa a mi alcance, la rueda (con un tío 'mu' grande encima) tuvo los arrojos necesarios para llevarle a la puerta del castillo, donde se le practicó una cura de urgencia. En el camino de vuelta hasta Ávila rezamos a Sta. Teresa para que nos acogiera en su seno antes de que la rueda dijera basta. Y amén que el milagro tuvo lugar...!
Al final todo a pedir de boca. Mereció mucho la pena conquistar aquel risco con impronta del siglo XIV. Desde lo alto de sus gruesos muros contemplamos entero el valle de Amblés, al tiempo que damos cita al próximo reto que nos devuelva a estas tierras.