Cuenta
la leyenda que “durante la
construcción de las torres de la catedral de Segovia, tarea que se encomendó a
Juan Guas, éste se comprometió a terminarla en un tiempo determinado. Como
quiera que pasaba el calendario y las torres no alcanzaban la altura deseada,
la desesperación empujó al arquitecto a pactar con el diablo. Debido a
semejante convenio, las obras se agilizaron sobremanera hasta el punto de casi
culminarse. Sin embargo, cuando sólo restaba un carro de piedras para acabar,
el técnico renegó de su acuerdo; motivo por el que el diablo, en venganza,
desvió aquel carro al otro lado de la sierra quedando petrificado para siempre”.
Carro del diablo |
Sea como fuere, hacía algún tiempo que
tenía ganas de conocer esa formación rocosa; por lo que de forma prácticamente
inesperada me lie la manta a la cabeza, y me lancé a la vertiente madrileña de
la Sierra de Segovia para descubrirlo.
La piedra en cuestión se encuentra
junto al Camino del Palero en su cruce con el R.V.4 que une Rascafría con La
Granja de San Ildefonso por el puerto del Reventón. Claro que para llegar hasta
allí tuve que dar un ‘pequeño rodeo’…
Como decía, tomé la decisión un poco al
albur del viento que soplaba (más me valdría hacérmelo mirar…). Salida pues
desde el Ceneam dejando en todo momento la carretera a la derecha hasta la Fte.
de la Cantina. Subiendo por los tubos, abrazo el GR-10 para no soltarlo en
largo rato… La autopista de subida a Cotos tiene su peaje poco antes de llegar
al puerto. Me adapto con alegría al cambio de ‘carretera’ y corono junto a la Venta Marcelino.
Uno tendería a pensar que la mitad está
hecha, pero no. En realidad ahora empieza de verdad la etapa. La bajada por el
GR que se embosca en el Valle de la Umbría es entre ‘chunga’ y ‘chunguísima’…con
algún tramo de ‘empujabike’ incluido. Así entre nosotros, no me puedo imaginar
a los viejos monjes de El Paular transitar por aquí en sus desplazamientos
hacia Segovia. La densidad de un bosque, que una vez conoció una población de
oso pardo digna de atención Real, no hace sino poner palos en las ruedas… Claro
que peor debía de ser la alternativa, más abrupta y a menudo nevada, del
Reventón… Doy fe!!
Al dejar atrás el Arroyo de la Laguna (un
paso digno de funanbulista bici en ristre), el camino mejora. Sobrepasamos la
Sillada de Garcisancho y se inicia la bajada por El Palero. Al principio
bastante pedregosa y con alguna sorpresa en forma de derrumbe provocado por un
agua que cuando se empeña hace estragos. Después, se convierte en pista para
los super-rodadores. Poco a poco va picando para arriba. Un enmascarado ‘desgaste pernil’’ nos ofrece, a cambio,
magníficas panorámicas con el Monasterio
de telón de fondo.
Arriba
me cuadré ante el Tte. Coronel Ibáñez Marín, quien me dio su beneplácito para
encaminarme hacia Fte. Infantes. Cualquiera que haya frecuentado este lado del
Reventón sabrá que bajar por aquí en bici tiene su gracia… Así, entre padrenuestros y
avemarías, llegué al Chozo, donde uno ya se siente ‘como en casa’…
Sin embargo, nada más lejos de la
realidad pensar que el camino a partir de aquí tornaría cómodo. La bajada está
rota. Pero rota, rota… Que no lo arregla ni el del super-glue!! Luego, por el Rincón del Abuelo, la Fte. de la Plata,
la Pinochera, y por fin, el fin.
Un rutón de una vez. Literalmente! Dudo que, a
pesar de la victoria, vuelva a verse por aquí un nuevo enfrentamiento entre el
diablo y un Titán.
Triky
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